
Un relato ubica al Santo Grial en Somuncurá y mezcla templarios con mitos patagónicos
Actualidad28/12/2025
Sergio Bustos
La historia publicada por Gustavo Fabián Monastra propone una versión literaria del mito del Santo Grial con un recorrido que se desplaza desde los bosques de Bretaña hasta la Patagonia. El texto se presenta como una leyenda narrada con tono evocativo y personajes clásicos del imaginario medieval. En ese marco, el Grial aparece definido como algo más que un objeto material y se vincula con una búsqueda personal.


En la apertura, el relato describe el Grial como “vessel de luz divina” y lo asocia con una dimensión espiritual, lejos de la idea de un cáliz valioso por sus materiales. La narración sitúa el origen del mito en un paisaje europeo antiguo y atribuye al objeto una carga simbólica vinculada a la redención. Esa caracterización funciona como punto de partida para el desplazamiento posterior hacia otros escenarios.
Uno de los apoyos del texto aparece en la mención de Perlesvaus, presentado como “el caballero sin mancha”, y en la idea de una travesía marcada por pruebas. El narrador lo describe buscando el Grial en espacios encantados y con riesgos permanentes para quien no cumpla ciertas condiciones morales. En esa lógica, la revelación se restringe a quienes mantienen una conducta desinteresada.
El relato suma luego a los Caballeros Templarios y los ubica como custodios de reliquias, en un contexto de persecución que los empuja a huir por mar. La narración sugiere que transportan objetos de alto valor simbólico y coloca al Grial entre esas piezas. En esa parte aparece el cruce hacia el “nuevo mundo” y el arribo a un territorio descrito como agreste y abierto.
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La Patagonia se vuelve el escenario central cuando el texto sitúa la acción en la Meseta de Somuncurá, presentada como un altiplano hostil, con cuevas y formaciones rocosas. La narración incorpora también referencias a comunidades indígenas como “guardianes silenciosos de la tierra” y menciona relatos locales sobre tesoros ocultos. En esa combinación, el texto intenta unir mitos europeos con tradiciones patagónicas dentro de una misma línea narrativa.
En la trama, los templarios eligen Somuncurá como sitio de resguardo del Grial y lo entierran en una cámara protegida por signos y advertencias. Allí se incluye una frase textual atribuida a “runas templarias” que marca el sentido moral del relato: “El que busca con codicia hallará solo polvo; el que busca con humildad, beberá de la eternidad”. Esa cita ordena el criterio con el que el texto distingue entre ambición y búsqueda interior.
La historia pasa después a un personaje contemporáneo, definido como “un buscador”, que inicia su recorrido en bibliotecas de Buenos Aires. El relato lo muestra trabajando con mapas y manuscritos que conectan la huida templaria con el sur argentino, y suma versiones orales que mencionan a “hombres de cruz”. En ese tramo, la narración elige una mirada más introspectiva y utiliza la búsqueda como motor del movimiento hacia la meseta.
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En boca del protagonista aparece una definición que el texto repite como idea rectora y que marca el tono de la publicación: “El Grial no es un objeto”. En continuidad con esa frase, el personaje completa la noción con otra textual: “sino un espejo del alma, un enigma que revela lo que yace oculto en nosotros”. La historia convierte esa convicción en guía del viaje y la refuerza con escenas de noches de campamento y sueños que actúan como señales.
Ya en Somuncurá, el texto describe exploraciones por cañones y cuevas, y suma una pista directa en forma de instrucción atribuida a la figura de Perlesvaus: “Busca la meseta donde el sol se hunde en la piedra, donde el misterio duerme bajo capas de silencio”. El relato coloca al buscador frente a grabados que mezclan cruces con símbolos tehuelches y arma una secuencia de señales que conducen al supuesto santuario. La narración sostiene, a la vez, que el itinerario importa tanto como el hallazgo.
El desenlace ubica al protagonista en una cámara donde encuentra el Grial como un cáliz “humilde” cubierto de polvo, sin la espectacularidad de un tesoro brillante. El texto enfatiza que el contacto no trae promesas de inmortalidad, sino una sensación de calma y una comprensión íntima: el sentido se ubica en la búsqueda. En la salida, la historia sostiene que la meseta “sella el camino” y deja al personaje con un resultado simbólico, que luego transmite en relatos alrededor del fuego.






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