Alerta en la Patagonia: “El jabalí ya no es solo un problema rural”

Actualidad26/05/2025Sergio BustosSergio Bustos
jabali
Preocupa el jabali.

Una decena de jabalíes apareció en los parques del hotel Llao Llao y sorprendió a los vecinos de Bariloche. El video circuló por redes sociales y encendió una señal de alarma en toda la región patagónica.

La escena dejó de ser una curiosidad para convertirse en un síntoma. El avance del jabalí no se limita al campo. Su presencia en espacios urbanos plantea nuevos desafíos para autoridades y comunidades.

La Patagonia enfrenta una invasión que desafía al control estatal. No se trata solo de un animal exótico. Es una especie invasora con efectos ambientales, económicos y sanitarios de enorme magnitud.

Los daños se multiplican. Afectan a la ganadería ovina, destruyen cultivos, rompen alambrados y alteran el equilibrio de ecosistemas naturales en varias provincias del sur argentino.

Durante la parición ovina, los jabalíes atacan a corderos recién nacidos. Suelen moverse de noche y actúan con voracidad. Los productores los consideran una amenaza directa para la supervivencia de los rodeos.

Los ataques no son aislados. Se repiten en distintas zonas rurales. En algunos casos, la pérdida de corderos alcanzó niveles críticos, afectando la economía de pequeños y medianos productores.

En paralelo, se detectaron daños en cultivos y en infraestructuras rurales. Los alambrados rotos por jabalíes sueltos generan costos extra y problemas de manejo de ganado.


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El impacto económico es enorme. Las especies exóticas invasoras, entre ellas el jabalí, provocan pérdidas estimadas en hasta 1380 millones de dólares por año en la Argentina.

La expansión de esta especie también representa una amenaza sanitaria. El jabalí puede portar enfermedades que se transmiten a animales y personas. Algunas son zoonosis de alto riesgo.

Investigadores patagónicos confirmaron la presencia de bacterias peligrosas. Brucelosis, leptospirosis, tuberculosis y trichinelosis figuran entre las enfermedades más detectadas en ejemplares capturados.

La trichinelosis es una de las más preocupantes. Se transmite por carne mal cocida. Como el jabalí es cazado para consumo, el riesgo para la salud pública crece en cada provincia afectada.

También hay riesgo de propagación de enfermedades animales como la aftosa. Esto podría tener consecuencias directas en las exportaciones y la seguridad alimentaria nacional.

La Argentina tiene una Estrategia Nacional sobre Especies Exóticas Invasoras. Sin embargo, no cuenta con un plan específico para el jabalí, lo que limita su capacidad de respuesta.

Mientras tanto, se ensayan medidas locales en distintas provincias. Algunas combinan métodos letales, como la caza nocturna, con prácticas de manejo, como el uso de perros o cercos eléctricos.

En Río Negro se planifican trampas para capturar ejemplares vivos. Buscan sacarlos del parque sin generar daños colaterales, pero los resultados aún no son concluyentes.

En El Palmar, Entre Ríos, se convocó a cazadores deportivos. La iniciativa busca controlar la población con herramientas coordinadas entre organismos y actores locales.

Otras experiencias incluyen la participación de productores. Algunos adoptaron sistemas de protección combinada para reducir el contacto con jabalíes y minimizar daños.


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La falta de un plan nacional complica la coordinación. Cada provincia actúa por separado. La ausencia de lineamientos comunes dificulta el control a gran escala.

España desarrolló un enfoque integral para esta problemática. Aumentó la presión de caza, limitó el acceso del jabalí a alimentos y coordinó medidas con sanidad animal y ambiental.

En la Argentina, se necesita una estrategia federal. El control requiere colaboración entre gobiernos, productores, científicos y comunidades locales.

El jabalí fue introducido a principios del siglo XX. Llegó desde Europa y Asia como especie para caza mayor. Hoy figura entre las 100 más dañinas del mundo.

Su capacidad reproductiva y la falta de predadores lo favorecen. Una pareja puede generar cientos de descendientes en pocos años. Su expansión es constante y difícil de frenar.

En muchas zonas ya no hay vuelta atrás. La erradicación total parece inviable. Por eso, el control poblacional y el manejo sustentable son las herramientas más viables.

El avance del jabalí también tiene un costo ambiental. Degrada suelos, contamina fuentes de agua y desplaza especies nativas, alterando cadenas ecológicas enteras.

La aparición en zonas turísticas preocupa por su impacto simbólico. El cruce entre naturaleza, actividad humana y especies invasoras requiere un enfoque interdisciplinario.

El fenómeno no es exclusivo de la Patagonia. Pero su intensidad en esta región lo transforma en una amenaza creciente que merece atención nacional.

La sociedad debe entender los riesgos y participar en las soluciones. La educación y la concientización son claves para evitar prácticas que favorezcan la expansión de la especie.

Las autoridades deben responder con rapidez y planificación. No hay margen para la improvisación. La falta de acción podría agravar una crisis ambiental, económica y sanitaria.

El jabalí ya dejó de ser un problema rural. Su presencia en ciudades y parques muestra que la amenaza cambió de escala. Ahora el desafío también es político.

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