
La morosidad financiera de las familias marcó un récord y expone un desajuste profundo entre ingresos y tasas
Actualidad22/11/2025
REDACCIÓN
La dinámica del crédito al consumo quedó bajo tensión luego del salto en la morosidad bancaria registrado durante septiembre, cuando la cartera irregular de los bancos privados alcanzó 4,2%, el nivel más alto en más de una década. El dato confirmó diez meses consecutivos de incremento y dejó en evidencia el deterioro de la capacidad de pago de los hogares. La tendencia ya impacta en los balances de las entidades y comenzó a condicionar proyecciones sobre la actividad económica.


El segmento más afectado es el de las familias. La morosidad trepó al 7,3%, equivalente a $4,07 billones, el valor más elevado de los últimos quince años. El contraste con los créditos hipotecarios, que mantienen una irregularidad de apenas 0,9%, muestra que el deterioro se concentra en productos de uso cotidiano, donde los hogares recurren para financiar gastos corrientes sin alternativas más accesibles.
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En este contexto, los préstamos personales se convirtieron en la principal fuente de tensión, con 9,1% de morosidad y un saldo impago estimado en $1,69 billones. En paralelo, las tarjetas de crédito exhibieron 7,4% de incumplimiento, lo que representa $1,46 billones. Estos dos rubros explican la mayor parte del deterioro de la cartera, en un escenario donde la morosidad prácticamente se triplicó en un año.
Uno de los factores que alimenta el deterioro es la distancia entre las tasas de interés y la inflación proyectada. Los bancos de primera línea ofrecían créditos personales con CFT cercanos al 140%, cifra muy superior al rango de inflación anual estimado entre 25% y 30%. La econometría del sector coincide en que este desajuste vuelve insostenible el pago de cuotas para gran parte de los deudores.
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A la presión de las tasas se sumó la dinámica salarial. Según datos del INDEC, los ingresos registrados avanzaron 33,6% interanual en septiembre, un incremento nominal que queda lejos del costo financiero aplicado sobre los préstamos. La brecha generada entre ingresos y tasas derivó en un deterioro constante de la capacidad de pago, con efectos inmediatos sobre los indicadores de mora.
El impacto ya llegó a los balances bancarios. Las entidades deben provisionar fondos para cubrir posibles incobrabilidades, y estas previsiones reducen la rentabilidad, lo que podría verse reflejado en los informes contables que se presentarán en la Bolsa. Aunque las acciones del sector recuperaron parte de su valor tras las elecciones, analistas advierten que el deterioro de la calidad crediticia podría limitar una recuperación sostenida.
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El fenómeno no se agota en los bancos. La suba de la morosidad también afecta al consumo, porque los hogares destinan una proporción creciente de sus ingresos al pago de deudas, reduciendo su capacidad de compra. Al mismo tiempo, los bancos ajustan sus políticas de riesgo, lo que restringe la oferta de crédito en un momento en que la economía necesita recuperar dinamismo.
La política monetaria agrega otra capa de complejidad. Aunque el Banco Central inició un proceso de reducción de tasas de referencia, el recorte no se trasladó a las líneas de crédito minoristas, que mantienen costos financieros muy por encima de la capacidad de pago de los hogares. La desconexión entre ambas variables explica por qué el riesgo de morosidad continúa elevado, pese a un entorno monetario más laxo.
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Las perspectivas no anticipan una mejora inmediata. Los especialistas consultados coinciden en que la tendencia difícilmente se revierta en el corto plazo, debido a la combinación de tasas altas, ingresos rezagados y un escenario macroeconómico incierto. La excepción sigue siendo el crédito hipotecario, que conserva niveles de mora marginales, aunque representa una porción pequeña del total.
Para los inversores, la evolución de la morosidad será un indicador clave durante los próximos meses, ya que ofrece una señal temprana sobre la salud financiera de los hogares y la fortaleza del sistema bancario. Un avance sostenido en los incumplimientos podría anticipar nuevas presiones sobre el consumo y la actividad económica, que ya muestran señales de fragilidad.
Fuente: Ámbito.


















