Los “Asesinos de Corazones Solitarios”: amor, manipulación y muerte en la posguerra estadounidense

Actualidad09/07/2025Sergio BustosSergio Bustos
asesinos corazones
“Asesinos de Corazones Solitarios”.

Raymond Fernández y Martha Beck formaron un dúo letal. Se conocieron por carta, se unieron por obsesión y construyeron una trama de engaños, estafas y asesinatos que dejó más de veinte víctimas.

Él decía poder hipnotizar. Su pasado como colaborador del espionaje británico quedó sepultado tras un golpe en la cabeza que, según su entorno, lo transformó para siempre. Tras ese accidente, su vida se volvió una sucesión de robos, delirios sexuales y delirios de poder.

Ella venía de una infancia marcada por la violencia. Sobreviviente de abusos, con una autoestima devastada y cargando con el estigma de la maternidad en soledad, encontró en Raymond al hombre al que decidió no soltar.

La relación nació como una farsa. Ambos mintieron en sus primeras cartas. Ella inventó una vida de éxito, él prometió amor y seguridad. Cuando se vieron, se reconocieron como cómplices posibles.

Raymond estafaba mujeres solitarias con promesas de casamiento. Les robaba y desaparecía. Con Martha como cómplice, el engaño se volvió más riesgoso. Los celos de ella y su presencia constante empujaron el fraude al homicidio.


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Muchas víctimas murieron tras ceder dinero o amor. Algunas fueron envenenadas. Otras, golpeadas y ahogadas. La historia más atroz fue la de una madre y su hija de dos años, asesinadas en Michigan en 1949.

El dúo fue arrestado y confesó. Raymond dijo haber cometido más de veinte asesinatos. Martha, incondicional, no mostró remordimiento. "Quiero a Martha Beck. ¿Qué sabrá el mundo del amor?", dijo él antes de morir en la silla eléctrica.

La prensa los bautizó como los "Lonely Hearts Killers". Sedujeron, manipularon y mataron en una sociedad que ocultaba sus propias miserias bajo el ideal del amor romántico y el matrimonio.

La criminóloga Victoria Pascual revive el caso. En su libro Familias asesinas, analiza cómo el dolor no procesado, el abuso y la falta de contención emocional pueden alimentar monstruos reales.

Esta historia no es solo policial. Expone cómo los traumas no resueltos y un entorno social restrictivo pueden combinarse hasta formar vínculos tan destructivos como inseparables.


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Raymond y Martha no eran solo criminales. Eran producto de su época, de contextos opresivos y heridas sin curar. Fueron víctimas antes que verdugos, y luego ambos a la vez.

En sus cartas, en sus asesinatos, en su final compartido, dejaron un mensaje incómodo: el horror puede nacer en lo íntimo, en lo doméstico, en lo cotidiano.

A más de 70 años, su historia sigue estremeciendo. No por lo escandaloso, sino por lo humano, lo trágicamente humano.

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