
Puerto Madryn, 1994: el caso Zúñiga y la noche en que el delito cambió de rostro
Por Sergio Bustos
Mi Archivo13/07/2025
Sergio Bustos
La noche del 26 de agosto de 1994, Puerto Madryn dejó de ser la ciudad serena que conocía. A las 20:30 horas, en una vivienda de un barrio residencial, tres personas armadas —dos hombres y una mujer— irrumpieron en el domicilio del empresario inmobiliario Fabián Zúñiga. En ese momento, se encontraba acompañado por su amigo y colaborador, José María “Chori” Castelnuovo. Ambos fueron reducidos bajo amenazas. Poco después, la esposa del empresario fue sorprendida al ingresar a su casa y también quedó como rehén.


Los delincuentes exigieron acceso a la caja fuerte, pero Zúñiga los convenció de que el dinero no estaba en su casa sino en su inmobiliaria, ubicada en el centro de la ciudad. El grupo aceptó el relato y trasladó por la fuerza al matrimonio hacia el local comercial ZZ Propiedades, situado en Roca e Irigoyen, utilizando el Fiat Uno propiedad de Castelnuovo. Antes de salir, encerraron a este último en el baño y cortaron las líneas telefónicas.
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Sin embargo, Castelnuovo logró escapar rompiendo la puerta del baño. De inmediato alertó a la Policía, lo que desencadenó uno de los despliegues policiales más intensos registrados en Madryn hasta entonces. Patrullas de la Seccional Segunda y móviles del destacamento norte se movilizaron hacia el centro, donde se concentraba el foco del incidente.

Al llegar a la inmobiliaria, Zúñiga fue obligado a descender del vehículo y caminar hasta la oficina junto a uno de los asaltantes, luego identificado como Sergio Rolando Cabrera. La mujer quedó retenida en el auto, bajo vigilancia. Pero el cerco policial ya estaba en marcha. En cuestión de minutos, el lugar fue rodeado por móviles, agentes y jefes policiales.

Fue en ese momento cuando se desató el tiroteo más violento que recuerde la ciudad. El enfrentamiento comenzó cuando Zúñiga, en un descuido del delincuente, salió del local gritando que “no pasaba nada”, pero aprovechó para huir hacia su esposa. Cabrera, al notar la maniobra, abrió fuego hacia el exterior. La Policía respondió de inmediato: se produjo un intercambio de disparos cerrado, sostenido, que duró varios minutos y dejó atónitos a vecinos y transeúntes.

Las balas impactaron en ventanas, paredes y vehículos cercanos. Los vidrios de ZZ Propiedades estallaron bajo el fuego cruzado. La tensión se extendió por varias cuadras, y los efectivos se parapetaron detrás de autos, columnas y portales. Fue un escenario de guerra urbana, algo impensado hasta entonces para una ciudad que aún se jactaba de su bajo índice delictivo.
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En medio de ese caos, el oficial Franco, integrante de la fuerza local, se ofreció como rehén para proteger a los civiles y buscar una salida negociada. Cabrera lo tomó a punta de pistola, lo obligó a caminar con él por la calle, mientras exigía un vehículo para escapar hacia Trelew. También pidió la presencia de un juez. El juez Néstor Lorenzetti acudió al lugar, descendiendo a pie entre los autos, protegido por la oscuridad y el silencio. Pero Cabrera lo desestimó con amenazas: “No sos juez, no te acerques porque te hago boleta”.

La negociación se extendió por casi una hora. Cabrera mantenía el arma sobre la cabeza del oficial Franco, que en un movimiento audaz se dejó caer al suelo simulando un desmayo. El delincuente intentó cargarlo al vehículo, sin éxito. En paralelo, el comisario Osvaldo Pauli ofreció intercambiarse por el rehén y se acercó desarmado al lugar, buscando desactivar la amenaza.

Fue entonces cuando se produjo el desenlace. Cabrera se distrajo y Pauli, en una maniobra rápida y arriesgada, lo desarmó. Una nube de efectivos se abalanzó sobre el delincuente. Simultáneamente, María Analía Albarracín, la joven que oficiaba como apoyo externo, intentó intervenir extrayendo un arma de grueso calibre desde sus ropas. Pero uno de los agentes la golpeó en el brazo, haciendo volar el arma a varios metros. También fue reducida y detenida en el acto.
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Ambos fueron trasladados al edificio de Tribunales y puestos a disposición de la justicia. La búsqueda del tercer cómplice, apodado “El Gallego”, se activó de inmediato. Se desplegaron operativos en toda la región, incluyendo Trelew y Comodoro Rivadavia. Su descripción fue difundida: hombre de aproximadamente 1,70 metros, robusto, bigote y cabello negro, posiblemente prófugo de una cárcel de Buenos Aires.

Durante los días siguientes, la Policía realizó allanamientos en viviendas y departamentos. Uno de ellos fue en el sexto piso del edificio Due, donde se habría planificado el hecho. Cinco personas fueron demoradas para averiguación de antecedentes. Los detenidos declararon ante el juez Jorge Luque, quien encabezó la instrucción de la causa penal.
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Los delitos imputados incluyeron tentativa de homicidio, asalto a mano armada, privación ilegítima de la libertad, robo agravado y uso de armas de fuego. A la vez, los propios detenidos denunciaron presuntos apremios ilegales, lo que derivó en una causa paralela en el Juzgado de Instrucción N.º 5, a cargo del Dr. Lorenzetti.

El tiroteo en pleno centro y la toma de un oficial como rehén marcaron un punto de inflexión. La imagen de los policías arrodillados tras los patrulleros, con las armas listas, y las sirenas retumbando en calles que hasta entonces eran tranquilas, convirtieron aquella noche en una postal trágica y fundacional.
Fue la noche en que Madryn miró de frente al crimen organizado. Se quebró la idea de que las ciudades pequeñas eran inmunes a la violencia planificada. La Policía aprendió, la Justicia actuó, y la comunidad entendió que la amenaza podía estar mucho más cerca de lo que imaginaba.

Treinta años después, la causa Zúñiga no solo sigue siendo recordada. Se estudia, se revisa, se narra en escuelas de periodismo y se transmite de generación en generación. Porque fue una noche en la que el valor, la tensión y la tragedia escribieron una página que Puerto Madryn no olvidará jamás.







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